Noventa y un contagiados según las cifras oficiales de ayer. Recién leí que para eso de trabajar en casa nada mejor que prometerse una recompensa final, y me la di viendo un nuevo episodio de Better call Saul; una precuela de Breaking Bad que tiene a un antihéroe fabuloso. Saúl Goodman se hace llamar, es abogado, y es el mejor perdedor de la historia. Sale invicto de todas sus derrotas. No comulgo con eso de que, en la edad de oro de la televisión, las series sustituyen a la literatura, y menos aún a la lectura. Pero no tengo problemas en convenir que se trata de un formato que les late en la cueva gracias a su plasticidad, porque además de nutrirse del arte, generan experiencias metafóricas de incorporación express, altamente originales. Basta pensar en que lo que ahora nos ocurre será materia prima de artefactos literarios, filmes y, claro está, de nuevas series televisivas. Lo que ocurra primero. El día de hoy tuvo mucho de evasión. Me moví en estos 150 metros cuadrados con un optimismo gozozo, con coreografías de astronauta, y la distracción de quien descubre una nueva droga en fingir no pensar. Todo está bien. Soy inocente, su Señoría.
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