lunes, abril 27

Día 43 (Lunes 27 de abril)

Los primeros días de este resguardo que a estas alturas ya se hace eterno, los niños del primer piso no tenían servicio de internet. Entonces, el edificio todo retumbaba con sus saltos, gritos y pelotas hasta más allá de la medianoche. Hace una semana, me enteré que cuentan de nuevo con wifi en casa. Y es otro el ambiente. Ya no se escuchan vibrar las paredes hasta este nivel. Supongo que la ausencia datos convertía ese lugar en un sitio más parecido al de mi infancia. Con dos horas de dibujos animados por la tarde, después de las tareas, y una puerta siempre abierta a la calle. Una vez salga de esto, toca poner en su lugar muchas piezas que la necesidad me ha obligado a descolocar. Las ventajas del teletrabajo, el confort de saberme descalzo frente al computador, la siesta a deshoras, la comida sin el oficio de recalentarla. Todo tengo que revisarlo. Más cuando habiéndolas experimentado sé ahora cuánto de mito rodea el placer que hay en ellas. Contrario a la belleza que muchos ven en las calles íngrimas a toda hora. Dejando por escrito, y en redes sociales, el gozo de ver la Plaza San Pedro, Time Square o Las Ramblas desolada. No me gustan las avenidas sin la posibilidad de mi presencia. Sin la oportunidad de otros de habitarlas conmigo. Y la sola idea de volver al exterior me conmueve con una alegría que, como tantas cosas por esta época, me resulta inédita. Aunque parece voy a necesitar un par de años para ponerme al día con lo que desde confinamiento planeo. Ensayo un orden minúsculo: la playa, el cine, las casas amigas. La oficina no, a la oficina y su gente la tengo en remojo. Debe ser consecuencia de tanto tiempo libre, pensando.  

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