Si lo que ocurre en Venezuela se contara en una novela, más de la mitad de sus lectores la abandonaría por inverosímil. Además, se trataría de una novela del tipo polifónica. Con demasiados personajes que atender. Lo que no sería un problema si cada uno respetara su intervención y tiempo. Y no ocurriera que todos quieran participar, como infelizmente pasa, de absolutamente todos los diálogos, escenas y giros. La temperatura del país va del quebranto a la fiebre. La ausencia de gasolina, la persistencia en las fallas del servicio eléctrico, y la usual carencia del agua, además del miedo a que la pandemia desnude aún más el destartalado sistema sanitario, es cosa seria. Díficil de orquestar y narrar con algún orden. Ahora mismo en el Caribe, el patrullaje americano pone una tilde a la incertidumbre de si pasarán por allí los cargueros de combustible de bandera iraní. Única solución hasta ahora a nuestros problemas de transporte, y regreso a una normalidad que nunca será tal. No se produce combustible en el país, y pareciera que hacerlo requiere más que de repuestos de estallarlo todo y volver a comenzar. Sin duda, demasiados nudos para una trama que no a cualquier narrador, por mucho oficio que tenga, le resultaría fácil domesticar y encausar. Ojalá y cuando releea más adelante estos apuntes, luzcan entonces sólo como un mal sueño. Una pesadilla que estuvo a punto de hacerse permanente. Mientras, toca estar atento. Leer y subrayar lo importante mientras lo hacemos. Pues una vez más la ficción -y voy a usar un asqueroso lugar común- le va ganando a realidad.
No más hasta ahora caigo en cuenta de que volví a editorializar.
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