Los hijos de los nuevos vecinos del primer piso se activan tarde en la noche. Sorprende que luego de un día lleno de una calma chicha, como si pusieran un despertador, o pasaran los días en una casa de playa, comienzan a correr supongo de un lado a otro, haciendo vibrar las paredes internas de todo el edificio. Me gustan sus risas que van y vienen hasta el primer plano de mi escucha tan aguzada a estas horas. Entiendo además que por un problema técnico no tienen servicio de internet, y no puedo imaginar la complicada tarea de esos padres, buscando mantenerlos entretenidos durante este encierro. Ayer por cierto me enteré de que Gonçalo Tavares, ese imponenete escritor portugués al que dio tiempo lo alabara Saramago, lleva un Diario de la peste. Me meto a leerlo y encuentro con que escribe una lista de frases que no ocupan más de dos o tres líneas, separando los párrafos uno de otro con un espacio del tipo sencillo. Así, genera un hilo en el que mezcla data y opinión, pensamiento y descripción. Le mete también imágenes muy poéticas. Olvidé que ayer me dije a mí mismo que intentaría una entrada similiar, y voy en parte a cumplirlo.
6 nuevos casos, 135 personas cuyo contagio ha sido confirmado.
En una comunidad del tipo misión vivienda -en Montalbán- unos niños dieron muerte a un venado que descendió desde un monte cercano, quizás intrigado por la inusual soledad de las avenidas.
Por estos días está prohibido tocarse, pero no está prohibido tener tacto.
Extraño las reuniones, charlas y tertulias, pero no los conversatorios.
Alexa, Siri sólo es una amiga de la oficina.
Superaremos la pandemia, pero no la historia del venado muerto en Montalbán.
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