Hoy se celebró en el mundo entero el Día del libro, y atendiendo una invitación de un grupo de amigos, leí para unas treinta personas -vía internet- un largo texto. Transcribo un pasaje: «(...)¿No les pasa también que, como si de un sabor se tratara, pueden maridar ese momento en que leían un libro con el lugar en el que se encontraban cuando lo hacían, o incluso precisar cuán rotos o equilibrados estaban emocionalmente en ese momento? Sé de parejas que recuerdan qué leía cada uno por su lado cuando se conocieron, cuál fue el primer libro que compraron para su biblioteca en común, y leyeron casi al mismo tiempo de recién casarse, y cuáles escogieron sin derecho a negociar, el día que se separaron. No es sencilla la vida de un lector. Y vuelvo a Bolaño: “Además uno empieza comprando libros o robándolos, y termina leyéndolos. Pero en mi caso ya es una obsesión: compro libros y ni siquiera los leo. Los acaricio. Y tengo muchos libros y tengo algunos libros que no he leído y que no voy a leer jamás, pero los compro y de vez en cuando los ojeo. Y me gusta tenerlos cerca”. Dejé de almorzar durante una semana entera más de una vez por hacerme de un libro, y no siempre lo leí. Porque un lector que se respeta se hace de un nicho de la biblioteca y pone allí libros que nunca va a tocar, pero que sabe están allí en caso de emergencia». Fue casi salir de casa escribir este texto y compartirlo.
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