Si por el diccionario fuese, hoy se acababa esta cuarentena. Pero ahora ya sabemos que se trataba, en el caso del aislamiento, más que de una unidad de medida, una forma de llamarla. Bien pudieron haberla bautizarla sesententa, y ahorrarnos la desilusión de que la pesadilla acababa en este día. Creí escuchar que son trece los nuevos casos, y 311 quienes, según la prensa oficial, se han contagiado a la fecha. No pintan bien el futuro para nosotros, y ojalá fuese sólo el virus lo que nos arrincona. Seguimos sin combustible, el dólar por el cielo, y hoy les dio por intervenir las fábricas de alimentos. Le robo el título a Hollywood de nuestra tormenta aún mas perfecta. Aunque, mientras lavaba los platos, y a partir de ese otro de mis vicio que va de consumir podcast que hablan de literatura, me dije que vamos rumbo a suplicar Diles que no me maten, en la voz del propio Juan Rulfo. Adelantaré para mañana la compra de víveres que me planteaba para el otro fin de semana. Volverá en nada la venta en negro, bachaqueda. Esa forma de vida que, como si de un equilibrio de miserias se tratara, lleva el pan a la mesa de uno, mientras encarece la que llega a la de otro. En un infinito loop, tan tedioso como miserable. A estas alturas de mis notas, me releeo y no reconozco mi optimismo tan fuera de lugar bajo otras metrallas. Pienso en borrar y comenzar de nuevo, pero estaría traicionando la determinación que me llevó a llevar una bitácora de esta curva tan cerrada. En poco voy a leer de Villoro un ensayo literario contenido en su libro De eso se trata, El diario como forma narrativa, no más por averiguar qué hacían otros cuando escribían también para liberarse, y las letras resultaban en cerco de púas, que estaban allí para enseñarnos que no todas las puertas son de salida.
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