jueves, abril 30

Día 46 (Jueves 30 de abril)

Comparados con los casos que a diario reportan otros países, cuesta creerse nuestra estrella. Apenas dos casos de contagio han sido reconocidos hoy oficialmente como nuevos. Tanto es así la diferencia que no tardará mucha gente en pensar que es inútil quedarnos en casa. Que algún tipo de protección divina ha de tener esta tierra, como para mantenernos al margen del mundo, casi intactos, como si de una isla se tratara. De un lugar en una lejana galaxia.  Muy a propósito de esto, y sin hacer alardes de originalidad, hoy pensé en el confinamiento como un naufragio. Uno que planificamos. Un desastre sin olas en el que se nos permitió escoger lo que nos llevaríamos para sobrevivir, antes de que llegara el auxilio. Un retiro en el que aún acompañados tenemos esas grandes conversaciones con nosotros mismos. Tan semejantes a las que en libertad tuvimos y que, como en aquellas, raramente llegamos a una conclusión única. Es una larga charla que puede comenzar con el primer café del día o la última taza de la tarde. Que la interrumpimos igual por una siesta, que por causa del trabajo de oficina en casa. Y que puede concluir a los minutos de habernos puesto en pie en la mañana, o mantenerse abierta, intermitente, sin fecha para acabarla. En mi caso, el naufragio tiene serias consideraciones estéticas. Ahora mismo llevo el cabello más largo de lo habitual. Sin la valentía de cortarlo yo mismo, ni la irresponsabilidad de pedirle a otro aquí en casa que lo haga. Lo he aplanado con cepillo durante el día, aunque la noche me sorprenda frente a un espejo como si llevara un nido vacío en la cabeza. Incluso lo he documentado, llevando una bitácora del desaliño en la cámara del móvil. Esto que escribo también tiene algo de fotografía. 

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