Un comentario que hice en Twitter sobre un evento de interés nacional me mantuvo pendiente de su impacto el día entero. Una pesadilla. Procuro no tocar con frecuencia esos tópicos. Además, me hago de seguidores fanáticos de la política que me imagino luego se decepcionan al no verme darle continuidad a los mensajes incendiarios. Aunque confieso que apenas me hago de veinte o treinta, que vienen tras sus carbones, disparo una ráfaga de referencias asociadas a la literatura. Quién quita y la belleza que no vienen buscando los cautive, y se haga de un espacio en sus vidas. Ahora mismo pienso en el guachimán. Un personaje que, en un ejercicio de ventriloquía, me presta su ingenuidad y voz. Así, dejo colar -a través de él- reflexiones al borde de lo filosófico cuya pegada pongo a prueba desde esa garita. Me expongo a esa impostura sabiendo que corro un gran riesgo. Alimentar a tal punto el personaje, que llegue a demandarme más argumentos que le den vida. Lo que no sabe el guachimán, creo, es que su línea argumental está trazada. Que en su vida anterior cuidaba un camping de verano en Castelldefels, llamado Estrella del Mar. Y que lo que más disfrutaba de su trabajo nocturno era el tiempo que le regalaba para la lectura. Aunque la paga era poca. En un rato, antes de la medianoche, voy usurpar de nuevo su voz para hablar de Petare. Un barrio caraqueño que lleva cinco noches en un carnaval de balas. Voy a darle a mis nuevos seguidores su primera ración de realidad y literatura. Yo no sé mañana.
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