Cincuenta días. Se escribe fácil. Si lo hubiese planificado habría encontrado más obstáculos para tomármelos. Lo fantaseaba así: mes y medio trabajando desde casa. Con tiempo para atender las demandas de la agencia, y mucho más para escribir. Planificar un capítulo la noche anterior y despertar de madrugada a intentar que salga. Levantarme de la silla a las diez de la mañana, haya logrado lo que haya logrado. Leer el día entero. En la tarde un poco de ejercicio. Una episodio de una serie antes de dormir y repetir el ciclo. La realidad se encarga siempre de devolvernos a nuestro lugar. En estos cincuenta días, a menos que venga rodando desde el insomnio, no he visto la madrugada un sólo día. No he acabado un capítulo de un largo texto en el que trabajo. Apenas llevo un libro releído. Lo de alimentarme se me va en ordenar nuevamente la cocina y lavar los platos. Completé dos series de Netflix, y he visto no más de cuatro películas. He trabajado mucho para la agencia, sí. No he dejado de colgar mi comentario diario en LinkedIn, también. Y me esfuerzo por no dejar morir este diario que para algo habrá de servirme un día. De cualquiera manera, planificados o no, son cincuenta días los que han pasado. Cincuenta.
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