domingo, mayo 10

Día 56 (domingo 10 de mayo)

No hay reunión en la casa de mi prima Josefa que no acabe en Carlos Báez, mi tío. No importa si hablabamos de La Lupe y las contorsiones que inspira su tema Fever, o de lo cerca que de allí vive el Presidente Encargado. Todo siempre apunta a la épica de tío Carlos. Esa nostalgia que en esta familia sólo se supera acompañándolo al cementerio. Y ni así. Creo. Carlos era el hermano menor de mi papá. Un díscolo que se ganó la vida como titiritero. La misma vida que desperdició, fusil en mano, oponiéndose a Carlos Andrés. Aunque de esto último no hay registro, ni puedo asegurarlo. Presencié eso sí su confinamiento en el Cuartel San Carlos, donde no sé cómo diablos me dejaron entrar sin tener siquiera diez años. Lo vi también salir de allí convertido en un despojo. Aún lúcido. Recuerdo vivió entonces en mi casa. Comenzaba yo en la UCV y mamá temía que aquellas conversaciones que sosteníamos de madrugada, que eran un rumor como de lluvia rebotando en las paredes, terminaran de llenarme la cabeza de ideas locas, que nunca llamó revolucionarias. Pero lo mío era una escucha condescendiente, pues tío Carlos comenzaba a hablarme desde una sobriedad que a fuerza de beber encapillado iba perdiendo. Así, ya para la madrugada, todo era repetido. Y lo de mi escucha selectiva no es nada nuevo. Mamá un día le pidió se marchara y le regalé una boina negra que usé alguna vez para disfrazarme, un bolso que llevé al bachillerato el año anterior, y dos libros sin leer. Hoy vi a mamá, me enteré de que hay doce nuevos contagios, y acabé en la casa de mi prima. Tenía pensado apuntar otras tantas cosas que ocurrieron este día. Y compruebo lo que es una verdad para esta familia. No hay reunión en la casa de mi prima Josefa, de donde recién llego, que no acabe en Carlos Báez, mi tío. 

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