sábado, octubre 22

Rutina sin mapa.

Hasta el ocho de agosto de este año y desde el primer día de enero del año dos mil doce escribí diariamente una sentencia que me ponía al tanto de lo que al concluir el día ocupaba mi cabeza. Es decir, retrataba en una expresión no mayor a la línea el sentir último que me dejaba el día. Así, unos días más claro que otro, me permitía dejar huellas que podían servir o no para seguirme pues, ahora que las repaso, lograba en ocasiones que fueran bastante difusas; imagino que encumbrado en mi eterna aspiración de no hacerme predecible. En las dos últimas entradas me repetí y eso encendió mis alarmas: ningún diarista debería permitírselo. No tengo idea de  dónde me lleva este nuevo ejercicio, aunque supongo que hay algo de mi espíritu procastinante en él. Ojalá a la par de este diario cerebro-emocional pueda avanzar en la tarea de seguir dándole vida a La resignación del hombre bala, mi sueño más recurrente.  

P.D. acompañaré este ejercicio con una imagen que salga de las tres o cuatro que sobreviven en mi móvil todos los días. 



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