viernes, abril 3

Día 19 ( Viernes 3 de abril)

Tengo un nuevo ídolo musical. Su nombre es Jonathan Ng. Es violinista de jazz, cantante y líder de su propia banda asentada en Seattle. Llegó a través del algoritmo de Instagram como una sugerencia publicitaria, y la invitante estética del post hizo su magia, se ganó mi click y me llevó hasta su sitio en YouTube. Así, llevo un par de semanas lavando los platos bajo su embelezo. Imagino que, como ha ocurrido antes, será esta música la que me acompañe como la banda sonora de todo lo que por mi cabeza ha pasado durante estos días. Ya me ocurrió antes. Puedo incluso recordar acordes muy específicos de temas asociados a esos hitos, tres o cuatro, que junto al nacimiento de mis dos hijos, han marcado mi vida. Como el corazón, la memoria es un músculo involuntario, y hasta en una hora tan  oscura como ésta, en la que nos guardamos atrincherados como si el virus fuera una bala enemiga esperando que asomemos la cabeza, establecemos asociaciones para siempre indisolubles. Hoy la lluvia no llegó hasta estos cielos pero sé de zonas de la ciudad en las que garuó tímidamente. Hace unos días me dije que hacía falta eso, que lloviera. También me preguntaba si eso era bueno o malo para la supervivencia del virus. Son siete los nuevos casos, dos nuevos fallecimientos para un total de siete, y llegamos al número oficial de 153 contagiados con tratamiento. Es injusto con Jonathan Ng que venga yo a maridar para siempre su música con esta tragedia, pero si hay una música que nos acompaña sin preguntar es el jazz. El miércoles murió Ellis Marsalis, patriarca de esa familia a quien los sonidos del sur de los EE.UU. le deben tanto. Ocurrió en New Orleans, como consecuencia del pinche virus que no respeta ni a la música de los santos.

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