Hoy mi inventario será de libros. Esto fue lo que registré en Goodreads como lecturas del año pasado: Fin de poema, Trilogía de la guerra, La hija de la española, Mis documentos, Las manos pequeñas, Oona & Salinger, Tazas de caldo, Los casos del comisario Croce, Mujeres que matan, Si vivéramos en un país normal, Estrella distante, Amuleto, Choro 2021: una distopía bolivariana, Los cielos de curumo, Diario de la hepatitis, El santo, Traíganme la cabeza de Quentin Tarantino, Cómo dejar de escribir, El incendio de la mina El Bordo, El verano que mi madre tuvos los ojos verdes, y otros cinco o seis libros que no están registrados en la aplicación, y que olvidé apuntar en mi moleskine. La meta era alcanzar cincuenta libros, siendo que el año anterior alcancé treinta según el registro digital, y unos dos o tres más. Este año, insisto en la cifra, y a la fecha llevo nueve. En el año 2017 leí cuarenta y siete libros, y es que ese año, como en el 2014, pasamos demasiado tiempo en casa. Fueron meses de barricadas y jóvenes muertos por doquier. Paradójicamente, de la contrariedad que ahora vivimos nace mi optimismo lector. Aún y cuando en este confinamiento me prometí la relectura de 2666, esta va lenta, lentísima, pues ahora no sólo releo sus mil ciento veinticinco páginas llevando apuntes, sino que además, contrario a lo que pensaba, me ocupa el día a día crear contenido para los anunciantes que -por fortuna- han decidido no parar. Nada es perfecto. Pero como quiera que sobrevivir a esta pandemia llama a lo importante, voy a disfrutar cada página que enfrente. Y aunque registre su lectura de manera digital o en papel, leeré y acariciaré cada libro como si fuese el último. Como si el virus lo acabara de contagiar.
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